No pegues tu chicle

Un recorrido por la historia de lo que mascamos, lleno de curiosidades, y lo que se está haciendo para evitar la contaminación por goma de mascar.

He leído más de cinco versiones diferentes de la historia de que el generalísimo Santana, además de rematar más de la mitad del país, también introdujo a los estadounidenses en el hoy extraordinario negocio del chicle. Quizá el Sr. Adams vio a Santana masticando y le dijo “presta un chicle” y a partir de ese hecho se interesó en la goma, o fue el general quien, aburrido en su exilio, lo buscó para hacer negocio; o Adams descubrió que el chicle era mejor masticarlo al fracasar en su intento de vulcanizarlo para hacer llantas de bicicleta. Como haya sido, ya todo es historia: la realidad es que hoy masticamos Chiclets Adams y no Chiclets Santana, que no hubiera estado tan mal, si al menos hubiese servido para crear una industria mexicana a partir de un patrimonio histórico. Y es que, aunque no lo digan ni los códices ni la historia de las golosinas, las comunidades mayas son las propietarias de la “denominación de origen” del “chicle”, término que sólo debería usarse para nombrar la goma obtenida del látex que se extrae del árbol chicozapote (Manikara zapota), producida en los bosques tropicales de la península de Yucatán (también Belice y el norte de Guatemala). Todo lo demás debería llamarse “goma de mascar”.

A principios del siglo XX se creó la primera fábrica de chicles, la Adams Chewing Gum Co., que producía chicles de a deveras, es decir, con resina de chicozapote. El 95% de la producción se exportaba a los Estados Unidos y tan solo en el estado de Campeche dos compañías controlaban 800 mil hectáreas de bosques tropicales dedicadas al chicle. Entre 1930 y 1940 Campeche exportó 1 801 041 kilogramos de chicle y de haber continuado la explotación irracional, ya no habría bosques. Pero, a mediados de siglo, la tecnología alcanzó al producto natural y el acetato de polivinilo (aunque también el poliisobutileno, el polietileno, el poliestireno y otras gomas que se obtienen mediante procesos similares a los que se usan para producir plásticos) dio lugar a la “goma de mascar” que hoy se mastica en todo el mundo, pero que en México, erróneamente, seguimos llamando chicle.

¿Qué traes en la boca, niño?

La imperiosa necesidad de llevarse cosas a la boca se ha resuelto de muchas maneras. Existen evidencias de que durante miles de años se mascaron y chuparon plantas, hojas, frutas, huesos, raíces, cortezas y no sé cuántos materiales más, con el fin de tranquilizarse, de liberar una fuerte tensión, de mantenerse distraído, de cambiarse el sabor de la boca, de limpiarse los dientes, de disfrutar el sabor o la sensación del objeto mascado, o cualquier otro efecto que consciente o inconscientemente buscamos cuando nos metemos algo a la boca para mantenerlo ahí por un buen tiempo. Dentro de estos materiales se debería incluir al chupón, que en mi opinión podría considerarse como una introducción temprana al consumo del chicle, ya que en efecto, el recién nacido experimenta tranquilidad y placer al chuparlo —no lo masca porque no puede—. Quizá el chicle pueda tener también un efecto de compañía, pues no dudo que haya quien se sienta acompañado por su chicle y hasta le platique.

¿Desde cuándo mascamos cosas?

Una de las primeras evidencias del mascado de algún material con fines no alimentarios se publicó en la revista Nature hace unos años. El descubrimiento se hizo en un pantano en la ciudad de Bokeburg, Suecia. Se trataba de un trozo de goma obtenida de la corteza del abedul, que tenía marcas de dientes. Eran dientes pequeños que, tras cuidadosas mediciones, los investigadores llegaron a identificar como de adolescentes, que masticaron el trozo de goma hace 6 500 años. No se puede afirmar que la usaran para masticar por placer (los descubridores de la reliquia no han dejado que nadie la pruebe) y cabe cualquier especulación, como el que la usaran para sacarse los dientes de leche (todavía no existían ni hilos ni puertas, para emplear el método de mis antepasados recientes).

Los secretos del chicle

Todos los expertos consultados coinciden en que la calidad de la goma de mascar —la suavidad de la textura, lo uniforme de la mordida, e incluso la duración del sabor— radica en la goma base, a pesar de que ésta constituye sólo un 20% de la masa del producto terminado (el azúcar es el ingrediente principal con un 60% de su peso). Otro azúcar, la glucosa, se agrega al 18% con el fin de facilitar el mezclado de los ingredientes y mantener la humedad del producto (seco se pone duro). El resto de los componentes son ablandadores, colorantes, humectantes, texturizantes y saborizantes. Hoy en día prácticamente toda la goma de mascar que consumimos es goma sintética, que por sí misma no sabe a nada, elaborada por ciertas compañías para las fábricas productoras, las cuales se encargan de darle forma, color y sabor. La composición de la goma base es el principal secreto de los productores, y a pesar de que se sabe que está constituida por acetato de polivinilo y otras gomas, se ignora cuáles y en qué proporción. La goma base es lo que distingue a cada producto. Tal es el caso del invento preferido de los niños (y uno que otro adulto inmaduro), consistente en una fórmula más elástica y menos pegajosa que dio lugar a lo que hoy llamamos chicle bomba, que ni es chicle ni es bomba: es goma de mascar que hace burbujas; “goma hinchable”, la llaman los expertos.

Chicle sustentable, 100% natural

De acuerdo con los investigadores José Sarukhán y Jorge Larson, estudiosos de la biodiversidad, el chicozapote, árbol del chicle, es fundamental para la conservación de los bosques y de la fauna tropical maya por la densidad de su distribución y por sus frutos, que alimentan a aves y mamíferos. En un documento que puede consultarse en las páginas de la red del Instituto Nacional de Ecología (http://www.ine.gob.mx) estos investigadores señalan que la extracción selectiva no afecta notablemente la diversidad de la selva y que en la conservación de este recurso genético deben estar involucrados tanto los consumidores que aprecian los productos naturales, como países hasta donde se han distribuido los beneficios de esta planta mexicana; como la India, donde la superficie plantada es tres veces la que hay en México.

El reto de conservar la diversidad biológica y, al mismo tiempo, permitir el desarrollo de las comunidades mediante el uso sustentable de la selva es complejo; entre otras cosas porque las formas de tenencia de la tierra, la organización social y los esquemas de manejo difieren entre los tres países involucrados en la explotación del chicle (México, Guatemala y Belice). Sin embargo, y paradójicamente, el precio de la materia prima es uno de los principales cuellos de botella: el mercado está dominado por los compradores del chicle, lo que les permite negociar y bajar su precio, que es más del doble que el de la goma sintética. Por otro lado, un proyecto así depende de que los adictos al chicle estemos dispuestos a pagar el chicle natural más caro, reconociéndole su valor ambiental, social y, sobre todo, cultural.

No todo lo que masticas, aunque sea natural, es sano

Si visitas la India, Paquistán y muchos otros países asíaticos, te sorprenderá el color rosado de la boca de muchos de sus pobladores, y los desagradables escupitajos rojos en las calles. Millones de seres humanos practican la tradición de masticar betel y de escupir la saliva que produce. Se trata de pedazos de la nuez obtenida del árbol Areca catechu, originario de la India, mezclados con una raíz (Oldenlandia umbellata) que contiene el pigmento que pinta de rojo la saliva, todo esto envuelto en hojas de pimienta. Las nueces contienen alcaloides que producen euforia y mejoran la digestión. En la India una tercera parte de los jóvenes lo consume; es el segundo cultivo en importancia en Taiwán, donde un 10% de la población tiene el hábito; es más, casi todos los emigrantes de Bangladesh que viven en el Reino Unido lo mastican, iniciando a los niños en el hábito desde temprana edad.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha encontrado que masticar betel está asociado con enfermedades del corazón, diabetes y diversos tipos de cáncer. El 90% de quienes sufren de fibrosis de la submucosa bucal, que con frecuencia lleva al cáncer, son masticadores de betel. La piel de las mejillas se vuelve dura como el cartón y quienes la padecen llegan a no poder abrir más la boca. El cáncer bucal, raro en occidente, es el de mayor incidencia en algunos países asiáticos y se pretende combatirlo mediante las campañas de la OMS. Y aunque aún no se sabe cual es principal agente mutagénico en la nuez, de alguna manera se trata de un caso análogo al del tabaco en occidente.

Agustín López Munguía

Web: www.comoves.unam.mx

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