
La odisea de un robot curioso
En Marte están las claves para explicar mucho de la historia de la Tierra y encontrarlas es uno de los objetivos de la misión Curiosity, que ya ha hecho importantes descubrimientos. Tal vez también logre explicar por qué un mundo que una vez fue tan semejante al nuestro es ahora un desierto.
Esta es la historia de dos planetas hermanos. Nacidos hace 4 500 millones de años, fueron criados en el mismo vecindario, bañados por la misma luz, en aparente igualdad de condiciones. Sin embargo uno murió y el otro vivió. Uno perdió casi toda su atmósfera, el otro pudo retenerla. Uno dejó de latir en tanto el otro pulsa con vigor. Uno se tornó rojo y el otro azul.
Marte es nuestra única familia. Quizá algún día encontremos a otros parientes; pero hasta ahora la búsqueda de planetas fuera del Sistema Solar indica que los primos más cercanos podrían estar a unos cuantos billones de kilómetros de la Tierra. Pero Marte es como nuestro hermano malogrado. Volvemos a él una y otra vez, casi con remordimiento. Y siempre con las mismas preguntas: ¿Por qué aquí y no allá? ¿Por qué nosotros y no ellos?
En algún momento de su existencia Marte tuvo mares, ríos, lagos, nubes, lluvia, nieve, glaciares, costas y canales. Pero todo eso desapareció. Su núcleo de níquel y hierro es como una batería apagada. Por haber fallado, la atmósfera se congeló y cayó al suelo. El dióxido de carbono se sublimó y formó una nueva y delgadísima atmósfera, mientras que el oxígeno se pegó a las rocas, tornándolas rojas. El agua se solidificó bajo la tierra en forma de permafrost, y en otros lugares se filtró kilómetros hacia el subsuelo y llegó a formar mares subterráneos cuya suerte se desconoce. Sólo los dos polos, cubiertos de hielos de agua y dióxido de carbono, muestran otro color diferente del rojo.
Criatura curiosa
El Curiosity es el más reciente de los seis robots que han explorado la disecada superficie marciana. Su construcción tomó 10 años y costó 2 500 millones de dólares. Verlo a pocos días de su lanzamiento, entre las luces anaranjadas del clean room o cuarto esterilizado de Astrotech, en las afueras del Centro Espacial Kennedy en Florida, fue como decirle adiós a un amigo cuya vida uno ha seguido desde el día en que nació, cuando su futuro apenas si estaba esbozado en planos de ingeniería.
Comparado con sus anteriores primos exploradores de la superficie marciana, este robot es grande, del tamaño de un automóvil sedán. Está equipado con espectrómetros y un cromatógrafo de gases. Tiene un detector de radiación, un cristalógrafo de rayos X y una estación meteorológica. Posee varias cámaras de fotos y video. Sus ruedas, ligeras como plumas, son independientes una de la otra, como las patas de un escarabajo, y al avanzar dejan en clave morse un camino con las letras «JPL» (·— ·–· ·-··) en honor a su alma máter, el legendario Jet Propulsion Laboratory en California.
Pero lo mejor de todo es el rayo láser. Como salido del filme Star Wars en una escena del desierto de Tatooine, el Curiosity tiene el poder de vaporizar una roca e identificar sus minerales a partir del espectro de luz que éstos emiten. Puede también perforar el suelo y describir sus componentes químicos. He aquí un robot geólogo, químico, fotógrafo y explorador. Pronto tendrá que ser alpinista también. Es imposible no pensar en el magnífico aparato como en una persona. Para sus diseñadores es como un hijo al que vieron partir con los ojos húmedos en esta aventura sin retorno (ver ¿Cómo ves? Núm. 166). Ahora que está en Marte, pareciera que el Curiosity es un vehículo todoterreno con seis científicos apiñados en su interior. «Es como estar allá», me dijo Scott Maxwell, hasta hace poco uno de los «choferes» del Curiosity. Las salidas de campo comienzan al amanecer. «Todas las noches apagamos su motor para que pueda recargar baterías con su generador nuclear». Antes de irse a dormir, el robot envía sus coordenadas a la Tierra, junto con fotos y videos ocasionales.
Ambiente habitable
La parsimonia ha valido la pena. La ciencia que el Curiosity está enviando a la Tierra es de primera calidad, no obstante que el robot se mueve a una velocidad de 3.98 centímetros por segundo (0.14 kilómetros por hora) y en el pasado julio su odómetro marcaba apenas 950 metros. De hecho, la misión ya cumplió su objetivo principal: hallar ambientes habitables, es decir, aptos para la vida microbiana. Un ambiente habitable es uno que tiene o tuvo agua, una fuente de energía para permitir el metabolismo y una fuente de carbono para habilitar la vida basada en el carbono.
Desde hace años sabemos que hubo agua en Marte en cantidades industriales, y que aún hay un poco en forma de hielo en los polos. Pero una cosa es verlo desde arriba y otra, muy distinta, constatarlo sobre el terreno.
Ahora, además, el laboratorio de química y espectrometría del robot identificó en una muestra de roca pulverizada algunos de los ingredientes claves para la vida: azufre, nitrógeno, hidrógeno, oxígeno, fósforo y carbono, entre otros. «La variedad de elementos químicos sugiere la existencia de parejas, como sulfatos y sulfuros, que indicarían una posible fuente de energía para los microorganismos», dice Paul Mahaffy, investigador principal del instrumento SAM (siglas en inglés de Análisis de Muestras en Marte). «Sí: el Marte antiguo, hace miles de millones de años, pudo haber sido apto para microbios vivientes».
Ángela Posada-Swafford
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